«Cuarenta Años de un Gran Rey». Tribuna en LA RAZÓN
Han pasado cuarenta años de la proclamación de Juan Carlos I como Rey de España. Quizás el periodo más rico y fructífero de nuestra larga historia. En 1975 dejábamos atrás la dictadura personal del General Franco para afrontar un futuro preñado de interrogantes. La comunidad internacional observaba con suspicacia un país que constituía la última excepción política en Europa occidental.
Los propios españoles no podían imaginar como llevar aquella España a una nueva era de estabilidad democrática, sin quebrar en el proceso el orden social, para alcanzar ese destino en el que todos los españoles fuesen participes de la construcción del futuro de la nación.
Correspondió a Juan Carlos I abanderar ese proceso. El Rey se hizo valedor de las mejores tradiciones de la monarquía española, y depositario de las aspiraciones de unos españoles que probaron en aquella hora –con su sensatez- ser un gran pueblo. Don Juan Carlos apuntaló, desde el poder heredado de Franco, una nueva generación de líderes políticos e hizo ver a unos y otros la necesidad de una concordia que tantas veces nos ha sido hurtada. Todo ello derivó en una impresionante operación política colectiva que -en apenas tres años- sentaba las bases de una democracia avanzada.
Nuestro país ha hecho contribuciones fundamentales a la historia mundial. Es un solar excepcional donde han brillado el arte, la literatura y el pensamiento. También grandes gestas de heroísmo -desde la epopeya americana hasta nuestros fulgurantes siglos XVI y XVII-. Contribuimos al auge del liberalismo con la pionera constitución de Cádiz, y hemos sido fundamentales en la construcción de la idea de Europa. Como dijo un poeta, hemos bordado nuestra historia con estrellas. No podemos olvidar, sin embargo, los errores, contradicciones endémicas y dramas nacionales. Nuestro siglo XX fue especialmente doloroso. España se desangró con la herida lacerante de una Guerra Civil entre dos Españas que nos helaron el corazón. Pero sobre ese páramo, en 1975 comenzamos a construir de nuevo una gran aportación colectiva. Una genuinamente histórica: Una Transición política ejemplar y pionera, que se constituyó en un ejemplo y un faro para tantos pueblos que han iniciado después de nosotros ese camino arduo en pos de las libertad. La Monarquía fue la piedra molar que hizo posible esa hazaña.
Pasados cuarenta años de aquellas jornadas de incertidumbre en las que el nuevo Rey proclamaba su voluntad de serlo de todos los españoles, muchos seguimos encontrando en lo que representan ejemplo y aliento para soñar con ambición el futuro de España. Es más, este es un momento propicio para reivindicar la vigencia de aquellos pactos, su trascendencia y su capacidad para seguir actuando de estímulo en los momentos de duda y desconcierto en los que vivimos.
Pero es que la labor de Juan Carlos I no se agota en la Transición a la democracia. El Rey supo ejercer con diligencia, efectividad y un distintivo encanto personal su labor como monarca constitucional, y labró con ello el prestigio de una jefatura del Estado
más allá de riñas políticas. Apuntaló el prestigio internacional de una España que llevaba demasiado tiempo huérfana de méritos globales. Fue embajador certero y diligente. Fortaleció los sensibles lazos de armonía y fraternidad con las repúblicas iberoamericanas, y la imagen de nuestro país en Europa. El Rey también medió en las pequeñas y grandes encrucijadas que ha atravesado nuestra peripecia cotidiana. Un eficiente poder moderador que ha colaborado en gran medida a hacer de estos cuarenta años los más estables de nuestro deambular contemporáneo. Eso por si sólo es ya un logro transcendental.
Es innegable que la crisis iniciada en 2008 -una mucho más que económica- alcanzó también de lleno a la Corona. Lastrada por acontecimientos adversos, su prestigio quedó sin duda afectado y la popularidad de la institución se resintió notablemente por primera vez desde el inicio del reinado. Ante todo ello, la decisión de Don Juan Carlos de abdicar la corona de España en 2014 engrandece su legado. Sin duda aquel no fue un paso sencillo. Pero desde su proclamación, Felipe VI ha respondido plenamente a las expectativas que se habían generado en torno a él. La institución ha recuperado en plenitud su dinamismo, y vuelve a ser de nuevo el factor de estabilidad, consenso y moderación que Don Juan Carlos siempre quiso. La monarquía de Felipe VI es la consagración de la de Juan Carlos I.
Y es que, como toda institución humana, la Monarquía Española no es perfecta, pero en sus muchos logros –y también en sus fallos- resume, vertebra y explica, como ninguna otra, la historia grande de España. La era inaugurada y definida por Juan Carlos I constituye, sin lugar a dudas, una de sus etapas más brillantes.